domingo, 24 de junio de 2012

La junta de los ratones

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Una vez se juntaron los ratones para hablar de cosas importantes.
-Nuestra suerte sería feliz si no fuera por el gato -dijo uno.
-Sí, ¡maldito gato! - dijo otro.
-Vivimos asustados, temblando todo el tiempo.
-Ya no podemos más
-Nunca podemos comer a gusto.
-El gato llega tan callado...
-Y da unos saltos tan enormes y tan rápidos...  
Otros muchos ratones tomaron la palabra, y a veces hablaban varios al mismo tiempo. Pero a nadie se le ocurría la manera de evitar tamaños sustos.
De repente, por encima de todas las voces, se oyeron los gritos de un ratón que tenía fama de inteligente:
-¡Yo sé lo que hay que hacer! Tengo en mi agujero un cascabel que suena muy bien.
¡Ése es el remedio! Basta esperar que el gato esté dormido y colgarle el cascabel al cuello.
Así, cada vez que el gato nos ande buscando, él mismo nos avisará y podremos escapar a tiempo.
El discurso fue un gran éxito. Unos abrazaban al orador, otros lo besaban, otros le daban palmaditas, otros le decían palabras de felicitación, y todo los demás aplaudían.
Pero había un ratón viejito que no aplaudía ni nada. Le preguntaron por qué, y él contestó:
-La idea no es mala, pero aplaudiré cuando sepa una cosa: quién se animará a ponerle el cascabel al gato.

La nube de los secretos

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El tren salió de su túnel oscuro, y los pasajeros se encandilaron con la luz del sol que estaba atardeciendo en el mar. La niña de dorados rizos, que estaba sentada en el regazo de su mamá, le decía que todavía había bañistas en la playa aunque el verano playero acababa de terminar, y le preguntó:
--¿Las olas hablan, mamá?
--Claro, hijita, las olas son quienes viajan por todo el mundo con sus blancas bocas, y se cuentan unas a otras lo que ha pasado, por los lugares donde han estado.
A veces se ríen mucho, y por eso oyes muchos splash seguidos en la rompiente, otras veces están enfadadas y hay olas grandotas que rompen haciendo mucho ruido, como quien da un portazo, en algunas ocasiones están perezosas y ni se mueven, es porque están dormitando y una pequeña ola, que casi no dice nada sobre la arena, significa que está roncando.
--¡Mira mamá! Qué nube más rara.
--Si, tienes razón, esa nube es la nube de los secretos. ¿Sabes qué hace esa nube? —Le preguntó en secreto la mamá.
--Si... Escucha los secretos de todos... —Dijo la niña riéndose.
--Bueno, en cierta manera si. Todas las olas le cuentan sus secretos a ella, porque saben que ella no los contará a nadie. También lo hacen los delfines y todos los animales del agua. ¿Sabes qué otros animales de agua hay? —Le preguntó animándola a pensar un poquito.
--Si... Los pájaros de agua —Contestó riendo.
--Y... ¿Cómo se llaman? Ga... —Le daba una ayudita.
--¡Gaviotas! —Contestó contenta de saberlo—. ¡Mira mamá!, ahí hay una que está jugando con las olas. ¿Sabes mami que las gaviotas flotan porque tienen una panza muy gorda?
--Si, también porque se llenan de aire —Dijo la madre llenando sus cachetes de aire, abriendo los brazos en redondo y moviéndose de lado a lado— y hacen como un flotador. A veces las gaviotas quieren enterarse de los secretos que les cuentan las olas a la nube y la nube se va un poco enfadada para otros lugares, y si la gaviota la molesta mucho entonces llueve. Otras veces, llueve sobre la tierra y los secretos caen sobre las plantas, los árboles, las flores o simplemente sobre la tierra. Como no conocen a las olas, no se enteran mucho qué significan esos secretos, aunque les caigan encima.
--Y, ¿qué pasa con los secretos que llueven sobre la tierra? —Le preguntó mirando a través de la ventana.
--No pasa nada, caen como simples gotas de lluvia, guardando los secretos para siempre en el corazón de cada gota y al ser absorbida por un árbol, o flor, o donde sea que caiga, guarda ese secreto como si alguien se lo hubiera contado pero nunca puede recordar qué es en realidad, como cuando uno cree que tiene algo por decir y no recuerda qué —Le explicaba la mamá pegando su mejilla contra el de su hija de cuatro años.
La niña se reacomodaba sobre el regazo de la madre y le llenaba la cara con sus tirabuzones dorados.
A medida que el tren traqueteaba algunas nubes rosa-azul-violeta se juntaban en el horizonte a escuchar los secretos que alguien tenía para contarles, otras llegaban desde lejos justo a tiempo para disfrazarse con el atardecer. Y entre contar nubes y nubes, fueron llegando hasta su estación, donde bajaron y se despidieron de las señoritas del cielo hasta el día siguiente.
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El caracolillo Gustavillo


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Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos.
Un día un cangrejo lo vio y le dijo:
¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo lo pensó dos veces y al final decidió no ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño.
Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza, y además, lo peor de todo eran unos horrorosos "pedos" que tenían a Gustavillo el caracolillo mareado.
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia, explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive y si tenía un problema de “pedos” debía de ir al doctor
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea.