viernes, 20 de noviembre de 2009

Las estrellitas (por Sofia Reina)


Una noche como la estrellita estaba medio aburrida,
empezó a balancearse, a la derecha y a la izquierda,
a la derecha y a la izquierda, cada vez más,
y más y más, tánto
que tocó a la estrellita que estaba a su izquierda haciendo bing
y después a la que estaba a la derecha haciendo bang ,
ésta musiquita le gustó mucho
así que se puso a hacer más música,
hasta que una estrellita que estaba delante suyo
la toco haciendo bongggg ,
estaban las dos muy bien sincronizadas,
ya que la primera hacia bin-bang
y en el medio la otra hacía bongggg ,
todo fue muy bien hasta que las otras estrellas
decidieron copiarlas también...

Por todo el cielo escuchabas:
bing bang bong bonggg bing-bing bang-bing bang ...
Todas las estrellitas querían escuchar su propia musiquita,
entonces lo hacían más fuerte, más rápido,
más veces, hasta que aquello no era mas música
sino un ruido ensordecedor...

¡Shhhhhhh! estrellitas, ¡
¿se han vuelto todas locas?!,
exclamó el sol.

De repente se cayaron todas y empezaron a dormir,
porque cuando el sol llega se hace se hace tarde para ellas.
Una estrellita que estaba por allí atrás
no dormía todavía e hizo:
bin-bing-bing-bingg muy rápidamente.
El sol puso sus manos en las caderas y le dijo:

¡¿Eeeehhhhhh.... pero qué pasa?!

La estrellita se quedó callada un momento,
pero cuando el sol dio media vuelta
se reveló otra vez haciendo dos veces bing
y miró disimuladamente hacia el cielo con sus manitos atrás.
El sol la miró con una ceja para arriba,
mandándole algunos rayos de sol.

¿Por qué no duermes tu?
¿No ves que ya he llegado?
Empieza a ser muy tarde para una estrellita chiquitita como tu,
dijo el sol

Es que no tengo sueño,
contestó protestona la estrellita,
ademas ¡todavía no es del todo de día!,
le dijo caprichosa.

El sol le mandó muchos rayos,
y la estrellita empezó a bostezaaaar,
bostezaaar y bostezar ...

No quiedo dodmiid...,
logró decir antes de quedarse dormidita.
El sol dio los buenos dias a todas las florcitas
que se abrían para saludarlo.
Y colorín colorado el cuento del día ha acabado.
.

El jardin de los ruiseñores (Sofia Reina)



La primavera había llegado,
el jardín se empezaba a llenar de flores.
Todas las tardes la niña esparcía migas de pan viejo
para los pajaritos que estaban hambrientos,
cerca de la fuente, al lado del columpio y entre las cañas.

Como cada tarde, se sentó en la larga mesa rústica del jardín,
y muy quietita esperó que llegaran los sus pequeños amiguitos.
El ruiseñor se posó junto a la niña, que divertida y extrañada le preguntó:
Hola, pajarito lindo, ¿No tienes miedo de mi?

El ruiseñor cantó un poquito a modo de respuesta,
dando saltitos para adelante y para atrás.
Se incorporó suavemente y se encaminó hacia la cocina,
el avecilla revoloteó delante de la pequeña
cantando fuertemente a la vez que volvía a la mesa,
repitiéndolo varias veces sin dejar entrar a la chiquilla.

Pero... ¿Qué te pasa?, le preguntó,
aunque no sabía como haría
para entender la respuesta cantora.

El animalito voló rasante por encima de la mesa
y volviendo por debajo de la misma,
cantó y cantó, altisonantemente.
La niña se sentó donde estaba antes.
Parecía quererla llevar, a tironcitos con el pico a algún lado,
estiraba de su blusa
y cantaba siempre los mismos tonos y el mismo ritmo:

tiru-tu-tití tiru-tu-tití

Se levantó al mismo tiempo
que el pajarito volaba algo más lejos
y volvía hacia ella con el mismo:
tiru-tu-tití tiru-tu-tití
cada vez que revoloteaba cera de su nariz.

¡Está bien! ¡Está bien!,
dijo la niña, ya te sigo,
¿a dónde quieres llevarme?

El pajarito volaba indicándole el camino.
La niña trepó y trepó al árbol
y el canto del ruiseñor había cambiado,
sonaba más triste:

Titi-tííí-tu Titi-tííí-tu
Al mirar entre las hojas,
descubrió un nido del que casi no se oía nada,
intentó llegar más cerca, y vió algo muy triste:
un montón de hijitos de la Ruiseñora que piaban bajito, bajito,
y otros que quizas estaban durmiendo o muertos...
La mamá pájara se paró encima del nido
cantando muy muy triste.

¿Qué le pasa a tus hijitos?
preguntó apenada, ¿es que nunca llegas al pan de la tarde?
Bueno, espera que ahora voy a ayudarte,
le dio esperanzas a la triste pájara.

Bajó cautelosamente y corriendo entró en la cocina,
casi gritando le dijo a su madre:

¡Mamá, mamá tenemos que salvarlos,
hay que hacer algo!, decía atolondradamente,
los-hijitos-de-la-ruiseñora -están-muy-enfermos
-quizas-muertos-algunos...,
tomó aire agitada.

Calma Margarita, ¿de quién hablas, qué pasa?,
le contestó tranquilizadora la madre
agachándose a la altura de la niña.

A la ruiseñora no la han dejado comer pan los pájaros grandes,
como ella es tan pequeñita,
y ahora han nacido sus pichones,
están todos muy débiles,
algunos creo que están... muriéndose,
dijo muy bajito como si no quisiera decir esta palabra.

La madre le dio un buen tazón con alpiste,
un plato profundo con pan viejo mojado y algunas galletas.

Margarita salió como un rayo hacia el árbol,
fue trepando con una cosa por vez
y las fue acomodando lo más cerca que pudo del nido,
llamó a la ruiseñora y enseguida se llenó de un alegre trinar
cuando vio el banquete que tenía sólo para su familia.

Cada tarde Margarita traía nuevas proviciones al árbol
e igual que si fuera una doctora de pajaritos
le preguntaba a la ruiseñora
cómo se encontraban los pequeñuelos,
tarde a tarde se oía un coro cada vez más vigoroso en el árbol.

Hasta que una tarde, cuando Margarita estaba sentada en la mesa -
-donde vio a la ruiseñora por primera vez--,
aparecieron todos sus pequeños pacientes,
crecidos y fuertes
a cantarle la más bella canción del Ruiseñor.

El árbol del ruiseñor (Maria Luisa Moreno)

Hubo una vez un lindo ruiseñor
que hacía su nido en la copa de un gran roble.
Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.

La vida volvía a nacer entre sus ramas.
Las hojas crecían y crecían.
También lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.
Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.

Algunas ardillas curiosas se acercaban
para ver como los polluelos picoteaban el cascarón
hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello.
Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera.

Sus plumitas estaban húmedas.
En unas cuantas horas se habrían secado
y los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.

El árbol estaba orgulloso de ellos.
Él también era envidiado por los demás árboles
no sólo por tener al ruiseñor
sino por la belleza de su tronco y sus hojas.
Era grandioso verlo en primavera.

Al llegar el otoño,
las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo.
Con gran tristeza caían,
pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad.
Al pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.

Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra.
Revoloteaba haciendo piruetas,
buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas,
unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.

Un día un hongo fue a vivir con él.
Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi,
bueno, tenía un nombre muy raro,
pero ellos le llamaban así.

El roble comenzó a sentirse enfermito,
tenía muchos picores y su piel se arrugaba.

De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.

Estaba un poco descolorido,
ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés
jugaran alrededor de sus raíces.

Él hongo estaba celoso del árbol
y de su amistad con el ruiseñor.

Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él,
envidioso de su amor no le importó hacerle sufrir.

Los demás animales convencieron al hongo
para que abandonara al árbol.
Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.

A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.

El hongo aprendió una gran lección,
su poder y su fuerza debía utilizarlas,
para algo bueno, para crear,
no para destruir.

El ciempiés bailarín (Maria Luisa Moreno)




Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero.
Su gran afición era bailar.
Tenía unas patitas ágiles como las plumas.
Le encantaba subirse encima del hormiguero
y empezar a taconear.
Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí,
el mejor, el más grande bailaor!.
Era muy molesto oír tantos pies,
retumbando y retumbando sobre el techo del hormiguero.
Las hormigas asustadas
salían para ver lo que ocurría.
El ciempiés seguía cantando:
¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!.
¡Otra vez Jimmy!. decía: la hormiga jefe.
¡No podemos trabajar, ni dormir!.
¡No puedes irte a otro sitio a bailar!.
La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas
que llevaran a Jimmy a otro lugar.
¡No, hormiga jefe!.
¡Ya me voy!. Dijo Jimmy.
Jimmy se acercó a la casa del señor topo.
Se puso al lado de la topera y vuelta a taconear.
Seguía con su canción: ¡Ya está aquí
el mejor, el más grande bailaor!.
El señor topo enfadado, salió y le dijo:
¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!.
¿No puedes ir a otro sitio a bailar?.
Jimmy estaba un poco triste,
porque en todas partes molestaba.
Cogió sus maletas y se marchó de allí.
Empezó a caminar y caminar
hasta que estaba tan cansado
que no tuvo más remedio que descansar.
Se quedó dormido bajo un árbol.
Cuando despertó al día siguiente,
estaba en un campo lleno de flores.
¡Este será mi nuevo hogar! : dijo el ciempiés.
Tanto se entusiasmo Jimmy,
que no se dio cuenta que un gran cuervo
estaba justo encima de él, en el árbol.
Jimmy se puso a taconear con tanta alegría
que llamó la atención del cuervo.
El cuervo inclinó el cuello y vió a Jimmy taconeando.
¡Pobre Jimmy!.
El pájaro se lanzó sobre él, con gran rapidez.
Abrió su bocaza y cogió al ciempiés.
El ciempiés gritaba: ¡Socorro, socorro!.
Un cazador, que andaba por allí,
observo, al cuervo volando.
No le gustaban mucho los cuervos,
pues él creía que le daban mala suerte.
Hizo un disparo al aire para asustarlo.
El cuervo soltó al ciempiés.
Al caer, el ciempiés se dio un gran batacazo.
Esto le sirvió de lección.
Aprendió a ser más responsable
y fijarse bien dónde se ponía a bailar.
Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba.
No molestaba a nadie ni a él, le molestaban.
Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.


viernes, 13 de noviembre de 2009

El payaso descuidado


El payaso descuidado
(Pedro Pablo Sacristan)
.
Había una vez un payaso llamado Limón. Era muy divertido, pero también muy descuidado, y con casi todo lo que hacía terminaba rompiéndose la chaqueta, o haciéndose un agujero en el calcetin, o destrozando los pantalones por las rodillas. Todos le pedían que tuviera más cuidado, pero eso era realmente muy aburrido, así que un día tuvo la feliz idea de comprarse una máquina de coser de las buenas. Era tan estupenda que prácticamente lo cosía todo en un momento, y Limón apenas tenía que preocuparse por cuidar las cosas.

Y así llegó el día más especial de la vida de Limón, cuando todos en su ciudad le prepararon una fiesta de gala para homenajearle. Ese día no tendría que llevar su colorido traje de payaso, ese día iría como cualquier otra persona, muy elegante, con su traje, y todos hablarían de él. Pero cuando aquella noche fue a buscar en su armario, no tenía ni un solo traje en buen estado. Todos estaban rotos con decenas de cosidos, imposibles para presentarse así en la gala.
Limón, que era rápido y listo, lo arregló presentándose en la gala vesido con su traje de payaso, lo que hizo mucho gracia a todos menos al propio limón, que tanto había soñado con ser él por una vez el protagonista de la fiesta, y no el payaso que llevaba dentro...

Al día siguiente, muy de mañana, Limón sustituyó todos sus rotos trajes, y desde entonces, cuidaba las cosas con el mayor esmero.

El árbol mágico


El árbol mágico
(Pedro Pablo Sacristan)
.
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas

El regalo mágico del conejito pobre


El regalo mágico del conejito pobre
( por Pedro Pablo Sacristan )
.
Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias ramitas."Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas" El conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas pensando en darles buen uso.
Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no podía caminar."Dame algo, por favor", le dijo. El conejito no tenía nada salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin embargó, recordó como sus padres le enseñaron desde pequeño a compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dió a la oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia. El conejito siguió contrariado y contento a la vez, pensando que había dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas.Al llegar a casa, contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, que se mostraron muy orgullosos por su comportamiento. Y cuando iba a sacar la ramita, llegó su hermanito pequeño, llorando por el hambre, y también se la dió a él.
En ese momento apareció el mago con gran estruendo, y preguntó al conejito ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué? ¿qué es lo que has hecho con ellas? El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el mago le cortó diciendo ¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho!Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!Y el conejito se sintió muy contento por haber obrado bien, y porque la magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos

El pastorcillo


EL PASTORCILLO



EL PASTORCILLO

¿Has oído hablar alguna vez del pastorcillo sabio? Sus ovejas eran tan curiosas que a duras penas conseguía hacer frente a todas sus preguntas. Sin embargo de este modo aprendió enseguida a responder a todas las preguntas del mundo. Hasta que un día el rey empezó a oír hablar de su sabiduría. Lo llamo a palacio y le dijo:

-Si sabes responder a tres preguntas te adoptare como hijo. -Y enseguida empezó-: ¿Cuantas gotas de agua hay en el mar?

- Una pregunta realmente difícil, señor- respondió el muchacho-. Pero, si tu hicieras construir muros en todos los ríos del mundo, entonces el mar no aumentaría y yo podría contar sus gotas para ti.

El rey no dijo nada y pregunto otra vez:

-¿Cuantas estrellas hay en el cielo?

El muchacho saco de su camisa tres saquitos de semillas de amapola y las esparció por el suelo.

-¡Hay tantas estrellas en el cielo como semillas de amapola por el suelo, y puedes contarlas tu solo! - dijo.

El rey sonrió.

- Esta bien, pero ahora tienes que decirme cuantos segundos hay en la eternidad.

El pastorcillo respondió:- Señor, al final de la tierra hay una montaña de diamantes, tan alta como una hora de viaje, profunda como una hora de viaje y ancha como una hora de viaje. Cada cien anos un pájaro llega a la montaña para afilarse el pico.

Cuando se haya consumido toda la montaña, habrá pasado el primer segundo de la eternidad.

-Esta bien, pequeño sabio -dijo el rey- te adoptare como hijo.

-Pero debes adoptar también a mis ovejas -dijo el pastorcillo-. Y así fue.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La cenicienta


Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.

- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.

- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.

- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.



La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.

En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.



Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.

Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.

Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.

El leon y el raton


Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reir y lo dejó marchar.

Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oir los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.

Días atrás le dijo , te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por tí en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.

Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán

Rapunzel


Había una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un día, la mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno de flores hermosas y de toda clase de plantas. Estaba rodeado por una muralla alta y nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja.

Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas. Su deseo crecía día a día y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió realizar los deseos de la mujer. En la oscuridad de la noche el hombre cruzó la muralla y entró en el jardín de la bruja. Rápidamente cogió algunas de aquellas manzanas tan rojas y corrió a entregárselas a su esposa. Inmediatamente la mujer empezó a comerlas y a ponerse buena. Pero su deseo aumentó, y para mantenerla satisfecha, su marido decidió volver al huerto para recoger mas manzanas. Pero cuando saltó la pared, se encontró cara a cara con la bruja. "¿Eres tu el ladrón de mis manzanas?" dijo la bruja furiosa. Temblando de miedo, el hombre explicó a la bruja que tubo que hacerlo para salvar la vida a su esposa.

Entonces la bruja dijo, "Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que recojas cuantas manzanas quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo seré su madre." El hombre estaba tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una pequeña niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era hermosa y se llamaba Rapunzel. Cuando cumplió doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un cerrado bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la bruja quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba: "¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza! Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el sol. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en trenzas y lo dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía hasta la ventana.

Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar. Quien cantaba era Rapunzel. Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó entrar en la torre pero todo fue en vano. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo hizo regresar al bosque todos los días para escucharla. Uno de esos días, vio a la bruja acercarse a los pies de la torre. El príncipe se escondió detrás de un árbol para observar y la escuchó decir: "!Rapunzel! ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!" Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana. Así, el principe supo como podría subir a la torre.

Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: "¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, "¡lanza tu trenza!" El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió. Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le dijo gentilmente que la había escuchado cantar y que su dulce melodía le había robado el corazón. Entonces Rapunzel olvidó su temor. El príncipe le preguntó si le gustaría ser su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin pensarlo mucho porque estaba enamorada del príncipe y porque estaba deseosa de salir del dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo.

El príncipe la venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día, no sabía nada. Hasta que un día, cuando la bruja bajaba por la trenza oyó a Rapunzel decir que ella pesaba mas que el príncipe. La bruja reaccionó gritando: "Así que ¿has estado engañándome?" Furiosa, la bruja decidió cortar todo el cabello de Rapunzel, abandonándola en un lugar lejano para que viviera en soledad.

Al volver a la torre, la bruja se escondió detrás de un árbol hasta que vio llegar al príncipe y llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo: "Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamás volverás a verla". Por lo que el príncipe se quedó desolado. Además, la bruja le aplicó un hechizo dejando ciego al príncipe. Incapacitado de volver a su castillo, el príncipe acabó viviendo durante muchos años en el bosque hasta que un día por casualidad llegó al solitario lugar donde vivía Rapunzel. Al escuchar la melodiosa voz, se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró. Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de luz y pudo volver a ver como antes. Entonces, felices por estar en reunido con su amor, los dos se casaron y vivieron muy felices.